Adriana Rodríguez

La práctica musical supone la implicación de todas las facetas del ser humano: física, afectiva, intelectual e incluso espiritual. Howard Gardner, en su teoría de las inteligencias múltiples, le dedica un apartado entero, pero considero que la música está presente y se nutre de todas ellas.

La enseñanza de la música debe estar basada en una impregnación de los fenómenos sonoros y rítmicos, discurriendo desde los aspectos más globales e intuitivos, y yendo hacia lo más concreto e intelectual, sin dejar nunca de lado la parte afectiva que conlleva la interpretación musical.

Las clases serán prácticas, activas, y progresivas, haciendo que los conceptos, la técnica y la teoría musical lleguen a los alumnos de la manera más natural posible, de forma gradual y personalizada, dando la oportunidad a cada uno de avanzar y florecer a su ritmo.

Me centro en la importancia de equiparar la enseñanza musical al aprendizaje de la lengua materna, es decir, primero escucho, después aprendo a hablar y expresarme y, la parte más intelectual, la de leer y, luego, escribir (siempre en ese orden) llegan después. Es por eso, en las clases de música se priorizará el saber expresarse en el instrumento y saber improvisar para después poder leer e interpretar las partituras con un criterio personal.

La técnia tiene que estar siempre al servicio de la expresión, al servicio de la música. Un buen música es el que transmite, el que hace llegar un mensaje, no solo el que sabe tocar a toda velocidad sin entender ni expresar.