Acostumbrado a resolver dudas a mis compañeros en clase, me considero un profesor cercano, comprensivo y con paciencia. No me importa ser flexible y sé adaptarme al alumno que tengo delante, intentando explicar las cosas de distintas formas. Me considero, por tanto, original e innovador, pues el objetivo es enseñar, sin importar de qué manera.
Aunque el propósito principal es transmitir unos con...
Acostumbrado a resolver dudas a mis compañeros en clase, me considero un profesor cercano, comprensivo y con paciencia. No me importa ser flexible y sé adaptarme al alumno que tengo delante, intentando explicar las cosas de distintas formas. Me considero, por tanto, original e innovador, pues el objetivo es enseñar, sin importar de qué manera.
Aunque el propósito principal es transmitir unos conocimientos del profesor al alumno, considero igualmente importante enseñar a pensar y sacar conclusiones a los alumnos, puesto que una memoria práctica y razonada es siempre mejor, y más efectiva, que una puramente teórica. Lo que yo llamo "aprender a aprender", dar a los alumnos las directrices y orientaciones necesarias para que ellos puedan llegar a las conclusiones que han de memorizar, se convierte siempre en un método muy efectivo y exitoso. De eso se trata, de entender los conocimientos en lugar de simplemente 'empollar', y así todo sale más fácil y da menos pereza.
Para poder llevar a cabo todo esto, es necesaria una implicación por parte del alumno y, tal y como yo lo veo, es deber del profesor conseguir motivar al alumno. Motivarlo a aprender, a querer saber más y a sentirse entusiasmado (o al menos no aburrido) con la asignatura. Un buen profesor consigue esto. El profesor perfecto no existe, pues cada alumno es un mundo y tiene unas necesidades diferentes. El mejor maestro, por tanto, ha de ser capaz de adaptarse a él y moldear su metodología, pues la educación es por y para el alumno.
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