Conozco a Nina desde que vivía en Argentina. La seguí en algunos de sus proyectos musicales y siempre me ha gustado su voz.
Aproveché mi estadía fugaz en Esapaña para tomar clases con ella (hacía seis meses que había dejado mi curso regular de canto). En las clases con ella, trabajamos mucho con el cuerpo, con quitar todo el ruido y los prejuicios que traemos, así que hicimos ejercicios de meditación y de vocalización, además de que buscamos darle un sonido propio a las canciones que yo llevaba cada clase.
El canto te confronta con cómo te plantas en la vida, te hace pensar en tu cuerpo, en tu postura, en cuánto confías en sus/tus capacidades, y, a la vez, implica dejar de pensar e integrar cuerpo, cabeza y aire, confiar en lo que la cabeza sabe y el cuerpo hace. A mí me ayudó a retomar lo que ya había aprendido y también me llevó un poco más allá de lo que yo creía que podía.
Con Nina me paré en otro lugar con el canto, y eso me gustó mucho.
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